Como nunca han tomado auge las palabras reinventarnos, reinventista, cambio… pero realmente ¿esto que supone para el ser humano?, ¿cuál o cuáles habilidades nos permiten realizar esas transformaciones y ajustes a los requerimientos del contexto en el que estamos inmersos?; decirlo es muy fácil, pero ponerlo en práctica supone un esfuerzo importante para los seres humanos, nos resistimos al cambio, sobre todo teniendo en cuenta que nuestro cerebro busca sobrevivir con el mínimo esfuerzo, lo que le implica un ahorro de energía.
Adaptación es la palabra que toma fuerza en este escenario. Adaptarse invita a arriesgarse, a moverse de la comodidad, a equivocarse y especialmente a aprender, entendiendo que más allá de incorporar información, aprender es ser capaz de integrar esa información con nuestro bagaje cognitivo, afectivo, emocional y motivacional para transformarla en conocimiento nuevo, útil y significativo para la vida. Adaptarnos no puede ser solo una palabra superflua; para entender el proceso debemos recurrir a nuestro cerebro, especialmente a la flexibilidad cognitiva.
Funciones ejecutivas ¿Qué son?
Los seremos humanos controlamos y coordinamos de forma consciente y voluntaria nuestras emociones, pensamientos y acciones gracias a las funciones ejecutivas, siendo esenciales para las actividades cotidianas; estas son un conjunto de habilidades mentales de alta complejidad que permiten al ser humano regular el comportamiento, la metacognición y la emoción (Reynolds y Horton, 2008). Desde una perspectiva anatómica, las funciones ejecutivas se ubican en el lóbulo frontal, específicamente en la corteza prefrontal, aunque gracias a los avances en las pruebas de neuroimagen, hoy en día sabemos que más que a una localización anatómica, las funciones ejecutivas se corresponden con circuitos y redes neuronales distribuidas por múltiples estructuras cerebrales, con énfasis en la corteza prefrontal.
¿Para qué sirve la flexibilidad cognitiva?
La flexibilidad cognitiva -junto con el control inhibitorio (capacidad que nos permite inhibir o controlar de forma voluntaria nuestras conductas o pensamientos automáticos cuando la situación lo requiere) y la memoria de trabajo (capacidad para mantener y manipular temporalmente información relevante)- es uno de los componentes básicos de las funciones ejecutivas que nos posibilitan el razonamiento, la resolución de problemas y la planificación, entre otras. Para Spiro, Collins y Ramchandran (2007) la flexibilidad cognitiva se refiere a la capacidad de ajustar o cambiar las creencias o pensamientos anteriores y adaptarse a nuevas situaciones. Gracias a ella somos capaces de ubicarnos desde diferentes perspectivas cuando analizamos una situación, podemos cambiar el curso de un comportamiento cuando es requerido, efectuar cambios en las rutinas, transformar un método o ser versátil para modificar una respuesta previamente planeada, aprender de los errores, reconocer nuestros sesgos y modificar la conducta entre otros.
¿Se puede fortalecer la flexibilidad cognitiva?
Ante un panorama de incertidumbre y cambio como el que vivimos actualmente y que continuara revolucionando los modelos de trabajo llevándonos a escenarios cada vez más contundentes de trabajo flexible es necesario que potenciemos nuestra flexibilidad cognitiva, a través de procesos de entrenamiento, que combinando el aprendizaje y la experiencia, permitan la generación de conexiones nuevas entre neuronas o aún de neuronas nuevas (neurogénesis) aprovechando la capacidad del cerebro para modificarse -de forma temporal o permanente-, dando lugar a pensamientos, emociones y acciones que integrados de manera sinérgica nos permitan interactuar en un contexto en el que la dimensión del espacio y el tiempo tiene un matiz de globalidad.
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